En más de
una ocasión, cuestionamos nuestra vida espiritual. No sabemos qué hacemos bien
y en que nos equivocamos.
No tenemos
muy claro cuál es nuestro camino y cuál nuestra tarea. Nos confundimos porque
nos confunden, y caemos en la maraña del “sin sentido”.
Un ejemplo
de los errores que cometemos es pensar e incluso decir “que yo no estoy para la
misión”. Cómo que es algo propio de otro e impropio de mi ser.

Sí debo
vivir mi misión “ad-gentes”; quiere decir salir de mi mismo, dejar de ser el
“ombligo del mundo”; pensar en los otros que sufren más que yo; que arrastran
la vida más que yo.
Pensemos:
¿estoy rezando por las misiones? ¿ofrezco algo por ellas? Que interesante sería
para nuestra vida espiritual y pastoral e incluso para mi vida corriente, que
no es precisamente muy arraigada a Dios, que se pueda elevar un pensamiento por
aquellos miembros de la Iglesia que silenciosamente van haciendo un camino para
que otros lleguen a Dios.

Entonces hay
un desafío y una labor a realizar: rezar por las misiones. Y esto es ser
misionero. Quizás hasta vale más que el “hacer” de misionero.
En este
punto nos puede ayudar la figura de Teresita de Lisieux, la santa patrona de
nuestras misiones. Con su oración y sacrificio, ofreció su enfermedad y
sufrimiento por los misioneros de todo el mundo, sin dejar de hacer “su
misión”, que era la que el Señor le encomendó desde su convento.
Nuestras
casas, oficinas, colegios, lugar que habite, sean nuestros conventos. Que se
transformen en lugares de oración por las misiones y los misioneros. Buen
desafío. Ojalá podamos descubrirlo y llevarlo a cabo. Así sea.
P.Dante De Sanzzi
Dir. OMP Argentina
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