La primera
comunidad de hermanos la encontramos bastante bien detallada en el Libro de los
Hechos, en el capítulo dos, después del suceso de Pentecostés y el gran
discurso de Pedro que consiguió no pocos bautismos y mucha gente que se
convierte a la nueva religión cristiana.
Es el
prototipo de la comunidad ideal. No lo es por ser perfecta, ya que nadie es
perfecto, solo Dios. Sabiendo que todos tenemos limitaciones y donde se
convive, donde hay comunidad y grupo de gente, siempre habrá diferencias. Esto
es inevitable.

Había
perseverancia, se alababa a Dios y gozaban de simpatía de gran parte del
pueblo. Son los ideales que se fueron perdiendo a lo largo del tiempo y que va
costando recuperar.
Esta era la
misión: vivir con fe, en unión, escuchando la Palabra y enseñanza de los
apóstoles, el saber ver la realidad, el “tocar con el corazón”, como lo
manifestaba San Agustín.
Ser
misionero en la comunidad cristiana es encontrarse con Cristo, es la fe que ve
ante la visión del Resucitado, como ocurrió con los apóstoles. Vieron a Jesús
resucitado con sus propios ojos y creyeron, es decir, penetraron en la
profundidad de lo que veían, y así, confesaban al Hijo de Dios.

Todas estas
cosas nos hacen los evangelizadores de hoy: vivir a semejanza de aquellos que
vieron y palparon. El apóstol Tomás era el discípulo incrédulo. Jesús apareció
de nuevo para torcer la incredulidad del discípulo. Pidamos se siga
apareciendo, manifestandose a cada individuo y comunidad parroquial. Vivamos
tal cuál lo hacían las primeras comunidades, y así dar razón de nuestra fe.
P. Dante De Sanzzi
@ompargentina
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