En esta última semana del tiempo
ordinario, habiendo celebrado la
Solemnidad de Cristo Rey, nos encontramos en la liturgia de la Palabra el relato
evangélico de la ofrenda de la viuda que Jesús elogia con tanta admiración ante
sus discípulos (Lc 21,1-4). Esta mujer es considerada “modelo de vida” a ser
imitada, cambiando el paradigma social de “quien más tiene puede dar más” por
otra visión: “dio más porque ofreció todo lo que poseía”.
Esta mujer adopta una actitud
superadora a la estigmatización social que la condenaba a ser simplemente una
persona marginal, sumida en la penosa humillación, sin derechos ni
atribuciones, considerada una víctima de la fatalidad, apenas una de tantas
destinatarias de la caridad fraterna de los “más pudientes”. No, no fue así, no
se deja encorsetar en este encaje desprovisto de proyección y vitalidad.
Esta mujer siendo viuda no pierde su capacidad de amar, de vivir
una alianza con Dios y con los más necesitados. Se desposa en el Amor vivificante de Jesús que
le devuelve la alegría y la paz, sigue fecunda en el acto de preservar la vida
en aquellos hijos o nietos de escasos recursos que interpelan su propia vida,
sintiéndose “tironeada” por ellos.
Además, siendo pobre, reconoce
que su mayor tesoro es su vida misma, la
riqueza de sentirse viva y llena de dones para compartir con los otros, a
punto de no reservar nada para sí y confiar que lo que tiene de sí misma es
motivo de alegría para otros. Nadie es tan pobre que no tenga nada para
compartir.
Por último, esta persona siendo
marginal, se vuelve solidaria. Esto
significa que aquella ofrenda la coloca en manos de otros, cree en la mediación
del Templo y sobre el buen destino de su
ofrenda, en atención a una causa noble. Por lo tanto, su gesto de solidaridad es doble: con el necesitado y con la Iglesia.
No es difícil pensar
que ella pertenece a ambos ambientes, por eso le resulta más fácil
identificarse con ellas y depositar toda su confianza en el papel de la caridad
como “expresión de los pobres para los pobres”.
Esta reflexión nos llama a
ampliar los gestos de caridad con las necesidades de la Iglesia Universal ,
especialmente en aquellas tierras de misión que no tienen recursos suficientes
para el sostenimiento de la formación del clero en los seminarios de Asia,
África o en la América profunda, rica en
vocaciones autóctonas.
P. Daniel A. Lascano
Sec. Nacional OSPA
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