Mi único tesoro es la cruz

En el año dedicado a Paulina Jaricot

Seis años antes de su muerte, Paulina había redactado un testamento espiritual donde decía: “¡Mi único tesoro es la Cruz! Al abandonarme en ti, Señor, me adhiero a mi verdadera felicidad, y tomo posesión de mi único bien verdadero. Qué me importa, pues, oh voluntad amada y amable de mi Dios, que me quites los bienes terrenales, la reputación, el honor, la salud o la vida, que me hagas descender mediante la humillación hasta el pozo y el abismo más profundo... Acepto tu cáliz. Reconozco que soy del todo indigna, pero sigo esperando de ti el socorro, la transformación, la unión y la consumación del sacrificio para tu mayor gloria y la salvación de mis hermanos”.

Estas palabras son hermosas, sólidas y comprometedoras. Paulina lograba mirar la vida en toda su profundidad, es una mirada que se apoya en la roca de la fe y el amor a Jesús.

Descubre que el sufrimiento es una preciosa fuente de fecundidad para su vida y su obra, y no la quiere desperdiciar. Es la oportunidad de darse plenamente a Cristo y a los demás asociando sus sufrimientos a los de Cristo. Se ensancha entonces el corazón de Paulina en el crisol de la prueba y se convierte en misionera a través de la oración y la aceptación de la cruz y el testimonio de la propia vida.

El Papa Pablo VI dirá de ella: “Más que otros, Paulina debía afrontar, aceptar y sobrellevar en el amor una serie de polémicas, de fracasos, de humillaciones y de renuncias que concedieron a su obra la marca de la Cruz y su misteriosa fecundidad”.

El sufrimiento es siempre una prueba -a veces una prueba bastante dura-, por la que antes o después, de un modo o de otro todos pasamos. Desde las páginas de las cartas de San Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo. El escribe en la segunda carta a los Corintios: “Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2 Cor 12, 9). En la segunda carta a Timoteo leemos: “Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé a quien me he confiado” (2 Tim 1, 12).Y en la carta a los Filipenses dirá incluso: “Todo lo puedo en aquél que me conforta” (Flp 4, 13) (SD 23)

En una hermosa carta al arzobispo de Lyón, el Papa Juan Pablo II, elogia a Paulina Jaricot diciendo: «Por su fe, su confianza y la fuerza de su alma, por su dulzura y serena aceptación de todas las cruces, Paulina manifestó ser una verdadera discípula de Cristo.

Hna. Mariel Robleda HJ
Secretaria Nacional Propagación de la Fe.
OMP

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