“Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios
Todopoderoso, justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los pueblos”,
estas palabras de la primera lectura, nos recuerdan la presencia constante de
Dios en nuestra vida de todos los días. Son expresiones de reconocimiento por
todo lo que el Señor va haciendo con nosotros en la propia historia personal y
en la historia de la Iglesia, en el mundo.
Sin
embargo, algunas veces nos puede parecer que Dios no está o que se olvidó de
nosotros; esas experiencias de oscuridad, soledad y muchas veces llenas de absurdo,
son momentos privilegiados en los que se fortalece nuestra fe, crecemos en la
paciencia y en la esperanza.
Dios
se pronuncia siempre, es palabra viva y eficaz, está siempre presente, no
depende de la moda o de los vaivenes de nuestro agitado mundo. Incluso para muchos llega a ser presencia y
palabra que incomoda, porque nos recuerda que la vida es un don y una tarea que
nos exige coherencia y si tenemos fe con más razón. Cuántas veces tenemos la
tentación de participar en otras cuestiones que no tienen nada que ver con el
Evangelio, con nuestra identidad como hijos de Dios, discípulos de Jesús; ¿no es
acaso ejemplo de esto, la búsqueda de poder, el tener y el placer de manera
desenfrenada, fuera y dentro de la Iglesia? La Palabra de Dios siempre nos
aconseja estar atentos, vigilantes con estas cosas para no caer. Ser coherentes
no es fácil.
La
Palabra de Dios en el Evangelio de hoy nos dice: “Los detendrán, los perseguirán, los entregarán….a causa de mi Nombre,
para que puedan dar testimonio de Mi”. Son palabras fuertes y que describen
una realidad. En este año de la Fe y pensando en la misión, en la entrega de
cada uno de nuestros misioneros - algunos apostados en lugares de mucho conflicto
y riesgo para sus vidas - me animo a reflexionar no solamente en la urgencia de
ser coherentes, sino también en nuestra confianza en Jesús para vivir su
palabra, sin miedos, fortalecidos en él, enteramente confiados en su amor que
jamás nos abandona.
Creo
que este, nuestro tiempo, es un tiempo donde lo único que puede calar hondo en
los corazones y despertar deseos de seguir a Jesús cuando nos ven, es el
testimonio. Todos estamos un poco saturados de palabras, bien lo decía ya Juan
Pablo II en Redemptoris Missio n° 42: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros;
cree más en la experiencia que en la
doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida
cristiana es la primera e insustituible forma de la misión”.
La
primera forma de testimonio es nuestra propia vida, nuestras opciones,
comportamientos, actitudes. El
testimonio no es la apariencia de algo que no somos, no tiene que ver con la
búsqueda de fama y honores como si estos fueran el fin de nuestra vida. Miremos
a Jesús, el servidor de todos, miremos cómo lo hizo y aprendamos de Él.
Todos
somos más sensibles al testimonio de la atención al otro y la caridad, a la
compasión y la misericordia hacia los que más sufren o se sienten solos, más
que a las palabras.
“Para que den
testimonio de Mi” dice Jesús en el Evangelio.
Estas palabras nos tienen que dar una gran libertad interior y exterior. Nos
tienen que hacer más insertos en la vida de nuestro pueblo, más abiertos a
escuchar las necesidades de nuestros hermanos en el mundo entero, como nos
muestran con su vida tantos misioneros, pero siempre con la libertad que nos da
el obrar en nombre del Señor Jesús. Como testigos suyos.
Todos
tenemos un poco la experiencia de que seguir a Jesús y dar testimonio de él, es
fácil cuando las situaciones no nos comprometen demasiado, pero cuando nos
tenemos que jugar por la causa de su Reino, cuando tenemos que ser coherentes
con la fe que profesamos como discípulos misioneros suyos, ahí empiezan las
dudas para vivir a fondo su palabra.
Asumir
posiciones valientes, con paciencia y entereza de carácter ante situaciones de
injusticia donde no se respeta la vida, sobre todo la de los más indefensos,
creo que es una de las cosas que más nos cuestan. Sin embargo es justo allí,
donde se nos exige ser coherentes y dar
testimonio del Señor Jesús con valentía.
En estos cinco años de servicio en las Obras Misionales,
he podido contemplar también yo, que grandes y admirables son las obras del
Señor y he tenido muchas oportunidades de dar testimonio de su presencia en mi
vida, como discípulo y sacerdote suyo. Cada día de estos 5 años le he pedido a
Jesús la gracia de vivir con coherencia y valentía nuestra vocación de
discípulos y mi vida sacerdotal.
Entre
las alegrías que me brindó este servicio, quisiera dar gracias al Señor y a
todos los que de una manera u otra han hecho posible cada una de estas
alegrías:
·
El IV Encuentro Nacional de
Animadores de la IAM (Concordia), el VII Encuentro Nacional de Familias
Misioneras (Buenos Aires), el 3er. Encuentro Nacional de Grupos Misioneros (San
Miguel) y el 1er. Encuentro Nacional de de
la IAM (La Rioja).
·
Los encuentros anuales en
cada una de las 8 Regiones Pastorales, con los Directores Diocesanos de OMP y los
Equipos Diocesanos de Misiones, con todo el trabajo y entrega de laicos,
religiosas/os y sacerdotes.
·
La Asamblea Anual de
Directores Diocesanos de las OMP, con la oportunidad de encontrarnos para vivir
la fraternidad y comunión con cada uno de los Directores.
·
Todos estos años compartidos
muy de cerca con los Secretarios Nacionales de cada una de las Obras
Misionales: Hna. Marcela, P. Pedro y Antonia, e igualmente a sus equipos de
trabajo y colaboradores. Quisiera recordar también a los que ya no están, pero
que han dado lo mejor de sí en este servicio a toda la Iglesia: Hna. Mariel,
Hna. Almudena, P. Marcelo y P. Dante. También a quien coordina el Centro de
Misionología “Juan Pablo II”, Hna. Sonia, y a Victorina, su predecesora.
·
Todo los pasos que se fueron
dando en el desarrollo de cada una de las Obras Misionales, el trabajo de cada
uno de los equipos, el área de comunicación, el área de administración, la
revista “Iglesia Misionera Hoy” como un instrumento de ayuda pastoral para cada
una de nuestras parroquias en la animación y formación misionera, cada servicio
que se presta en esta Sede Nacional con todo su personal, y la oración
constante, silenciosa y fiel de los adoradores del Santísimo, tesoro insondable
de este lugar.
·
La acogida y fraternidad de
los Obispos de nuestras diócesis, que han abierto las puertas de su diócesis
acompañando y animando todas las actividades de las OMP, los equipos y
Directores Diocesanos.
·
La oportunidad de participar,
formarme, compartir la fe y vivir la comunión, en los Encuentros Continentales
de Directores Nacionales y los que mantuve junto a Secretarios de las cuatro
Obras en la Región Cono Sur.
·
El viaje a Roma de cada año,
para la Asamblea Anual de Directores Nacionales de todo el mundo, con la gracia
de poder celebrar la Eucaristía en la Sede de Pedro, y como hijo de la amada
Iglesia, encontrarme con el Sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI.
·
Cada una de las obras que se
han podido llevar adelante en esta casa que está destinada a la formación de
laicos, familias, sacerdotes, seminaristas y religiosos/as, con el esfuerzo de
tantas personas.
Profundamente
agradecido con Dios por todas estas alegrías y tantas otras, y también porque
me ayuda cada día a vivir muy unido a su Hijo los momentos de oscuridad y cruz,
solamente quiero decir de corazón ¡Grandes
y admirables son tus obras, Señor!
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