En este día la Iglesia conmemora la
conversión del que fuese en su origen Saulo, de la provincia de Tarso, en Asia
Menor.
Un hombre educado en la fe, no tanto
por su familia de sangre, sino por sus parientes más alejados, así llamados por
los judíos, a sus hermanos de religión.
La escuela de un maestro de la ley,
llamado Gamaliel, acerca al joven Saulo a interiorizarse en los misterios de
Dios, Padre de su pueblo elegido, Israel.
Como ciudadano romano, Saulo tiene
sangre luchadora: celoso de sus principios, aguerrido en sus declaraciones,
decidido a llevar a cabo sus convicciones, y por supuesto, perseguidor de los
adeptos a la “secta” de los cristianos.
Pero algo ocurre alrededor del
hombre. Camino a la ciudad de Damasco, en busca de los seguidores de Jesús,
para acallar sus voces, el mismo Señor lo llama: “¿Porqué me persigues”?
No tenemos dudas de la fuerza que
tiene la voz de Dios. Muchos la hemos sentido y experimentado ese poder del
cuál no podemos escapar. Jesús deja ciego en este camino, por unos días, al implacable Saulo: le muestra
su poder, lo rescata, lo envía a un retiro espiritual, lo enfrenta a otro
hombre de Dios, Ananías, que lo bautiza; y Saulo que se convierte: “En este
momento, y para siempre, seré Pablo, que significa, “el más pequeño”.
Aquí comienzan las andanzas de Pablo,
apóstol y misionero. Amigo de Dios y de los hombres. Codo a codo con Pedro y
los demás discípulos del Señor, separa a su amigo Bernabé para comenzar, lo que
sería para la Iglesia, un camino de evangelización inigualable: Corinto,
Tesalónica, Colosas, Atenas, Éfeso, España, y culminar en Roma, lo que sería
cuna del cristianismo naciente, esperando un nuevo bautismo: el del martirio.
Conversión es “dar vuelta algo”,
“girar”, “cambiar”. De perseguidor a gran Apóstol, de pecador a santo, de su
fogosidad desorbitada a hombre de oración y comunión, de egoísta a misionero.
Necesitamos hoy muchos Pablos, muchos
apóstoles. Estamos llenos de Saulos, aturdidos. Que el ejemplo del Apóstol de
las gentes nos lleve a ser apóstoles de la Palabra, como él, misioneros sin
frontera, sin miedos, sin tapujos. Con la alegría y seguridad de ir en el
camino acompañados por el gran misionero del Padre, nuestro amigo Jesús.
P. Dante De Sanzzi
Dir. OMP Argentina
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