Una verdadera “convicción” misionera.


En sintonía con el documento de Aparecida, tenemos que afirmar que nuestra misión de discípulos misioneros será posible si realmente vivimos en Jesús al menos tres requisitos: la gratitud ante la vida donada, la alegría en las relaciones compartidas, y la buena noticia que descubren nuestros interlocutores. Si no vivimos estas tres condiciones tampoco podremos comunicar la vida plena en Jesús, su estilo de vida, punto de llegada de toda misión y menos aún ser misioneros ad-gentes. Por lo tanto es urgente que sigamos profundizando estas cuatro dimensiones propuestas para nuestro itinerario cristiano: redescubrimiento de nuestra vocación cristiana; su carácter comunitario; la necesidad de la formación en todos los niveles; el compromiso misionero cotidiano. A pesar de nuestros límites, queremos conocer, amar y anunciar al Señor con alegría.
La misión requiere fundamentalmente un cambio de mentalidad en todo creyente: quien quiera ser misionero se tiene que hacer discípulo; tiene que dar testimonio de la propia conversión; tiene que pasar a “la otra orilla”; tiene que salir al encuentro de los hermanos, principalmente los más alejados, a quienes son culturalmente diferentes.
La misión es una vocación a la santidad nos recuerda el Papa Juan Pablo II en la Encíclica “Redemptoris Missio”, es vivir el estilo de Jesús en apertura gozosa a los signos de los tiempos, es dejarse llevar por el Espíritu, como tanto lo proclama el apóstol Pablo en sus cartas. Este proceso supone un encuentro personal con el Maestro, en la Eucaristía y los Sacramentos, en especial por medio de la Palabra, que tiene que ser parte de nuestras comunidades, si en verdad queremos vivir el espíritu misionero.
Responsables de la misión somos todos los miembros de la Iglesia, Cada uno con su carisma y dones ayudará al Señor a que Él mismo llegue con su vida, más allá de las fronteras.

P. Dante De Sanzzi
Dir. OMP Argentina


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