Dante De Sanzzi
Esto
es lo que nos pide Jesús, en la figura de los primeros misioneros, sus
apóstoles.
El
Mesías sabe que la puerta de alguna casa se va a abrir, y esa puerta es el
Espíritu Santo que actúa en ese lugar.
Muchas
veces se abandona la misión, cuando la tentación de que “nadie nos abre, nadie
nos escucha” se apodera de nuestro ser.
Si
el mismo Señor nos dice “vayan”, no cabe duda que esto muestra que la misión es
de Él, que la hace Él, que es el autor, el gran protagonista. Entonces, ¿por
qué dudar?
El
decir “vayan” es ir, moverse, con o oportunidad o sin ella, como lo enseñaba
San Pablo, es hacer, es misión, es ser enviado, sentirse como tal y hacer que
todos los pueblos, ciudades, barrios, vecinos, sientan y vean a Dios.
¿Cómo
ver a Dios? No sería tarea tan complicada si lo manifestáramos con nuestras
obras, nuestras buenas palabras y de verdad. La misión daría sus frutos si se
realiza en nombre de Él y no solo con mis criterios humanos, de los cuales
tendría que desconfiar un poco y creer más en los misterios.
Con
estos ideales vamos a sentir y entender qué es el envío misionero. Con el
romanticismo solo no alcanza. Tampoco es un acto de heroísmo. Es un acto de
amor, como el de Jesús, que a partir de su misión entendió que el Padre le
pedía morir y resucitar para la salvación de toda la humanidad.
Debemos
“morir” para la misión. Es dejar pasiones desordenadas, broncas inútiles,
celos, envidias y comentarios nefastos, impropios de hombres y mujeres de Dios.
Y debemos “resucitar” en la misión. Es crear hombres y mujeres nuevos, que
nazcan a una nueva vida, es engendrar alegría, es mostrar humildad y sencillez.
En
las cosas pequeñas de todos los días vamos a encontrar a Dios. Que lo pequeño
de nuestra misión sirva para manifestar al mundo la grandeza de nuestra vida.
Así sea.
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