Este
próximo fin de semana, la liturgia nos propone celebrar el misterio de la
Santísima Trinidad, en quienes está cimentada nuestra fe.
Ya
al final del evangelio de San Mateo, el apóstol nos relata en nombre de quien
nos envía a la misión el Señor Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean
mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”. Y luego agrega: “estaré siempre con ustedes”.
En
realidad la Trinidad no es solo el motivo de hacernos la señal de la cruz, es vivir el evangelio, creer en
el misterio, entender que si invocamos a tres personas es solo una en Dios.
Nos
debe motivar el creer que Dios Padre es el Creador de todas las cosas, que se
quiso hacer ver y manifestar por medio de Jesús, su Hijo enviado, y dejarnos el
sello del Espíritu Santo, por el cual nos movemos y existimos.
Por
todo esto es muy importante fortalecer nuestra fe, nuestra creencia, sin
separar las tres personas de la Divinidad.
Vemos
y escuchamos a menudo de hermanos que manifiestan que creen en Dios pero no en
la persona de Jesucristo. O no se le lleva el apunte o se menosprecia al
Espíritu Santo de Dios, dador de vida.
Nosotros
no podemos separar lo que Dios nos envió para que tengamos vida en abundancia:
su presencia y fortaleza, ya manifestada desde la creación; la figura del Hijo,
siervo sufriente y Amor del Padre, que vino a mostrar la dulzura de Dios y
perdonar las faltas; el Santo Espíritu, por el cual, desde Pentecostés, rige los
caminos de la Iglesia misionera.
Que
le recemos y testimoniemos la presencia de la Santísima Trinidad en nuestras
vidas. La clave no es llevar una cruz en el pecho como moda o bijouterie,
lamentablemente lo vemos a menudo. La clave es creer y vivir bajo el manto del
Dios del Amor, manifestado en Jesús y sostenido por el Espíritu Santo. Así sea.
P.Dante De Sanzzi
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