En estos dias vimos que junto a una toma de
escuelas, se generó una barbarie en la Iglesia de San Ignacio de Loyola, templo
y lugar que es patrimonio cultural.
Al margen del valor histórico, que es
importante, lo más grave es ver que en medio del caos de quemar bancos,
profanar el altar, realizar inscripciones agresivas y burlarse de lo sagrado, es que están
involucrados jóvenes, adolescentes. Diríamos casi niños.
Esto muestra la enfermedad de la sociedad.
Cuando hablamos de enfermedad hablamos de la persona “que no está firme”; ese
es el sentido de la palabra. Y sabemos de la falta de firmeza, ya que detrás de
estos jóvenes de 15 o 16 años hay una familia. Habrá padre, madre, algún
adulto; hay una sociedad que no mira alrededor, que está en crisis, que mira
para otro lado y que no atiende lo que tiene que atender.
Todo esto da pena. Como misioneros tenemos
esta muestra que alcanza y sobra para darnos cuenta de cuál es nuestra labor.
No debemos discriminar, ni juzgar. ¿ Se
solucionan estos ataques vandálicos contra el amor misericordioso del Padre,
expulsando estos jóvenes del establecimiento educativo?; será un “castigo
ejemplificador”, pero no será la solución, hasta tanto no marquemos a las
nuevas generaciones un ideal de vida.
Ojalá se descubra que sin Dios, nada es
posible; que es el sostén de toda vida y que no deja sin recompensa; que los
más jóvenes entiendan que todo viene de Él y vuelve a Él; y que los mayores,
padres y docentes, los formen según el espíritu evangélico.
Suenan fuerte las palabras de Jesús en la
cruz, entregando el Espíritu al Padre: “perdónalos, no saben lo que hacen”.
También hay otros que no saben lo que dicen; y para otros es más cómodo no
pensar ni ver.
Estamos enviados a llevar la Buena Noticia.
Que estas cosas que pasan nos animen con fuerza a rezar por un mundo mejor y a
testimoniar con nuestra vida que se puede vivir mejor. Así sea.
P. Dante De Sanzzi
Director Nacional de Obras Misionales Pontificias
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