En toda la historia de la Iglesia, hubo
grandes movimientos misioneros. Si leemos el libro de los Hechos de los
apóstoles vemos la fuerza misionera de los primeros cristianos.
También recordamos la figura de San Francisco
Javier, hombre que entregó todo y fue a Asia a dar su vida, y lo daba todo. Así
la fe cristiana llegó a varios países donde no había un cristiano.
Esta misma pasión tenemos que alimentar
nosotros. Cruzar ríos y desiertos de corazones humanos para llevarles a Cristo.
Si otros arriesgan y no se guardan nada, ¿nosotros no podemos entregar un poco
de nuestro tiempo?
En el siglo XX hubo un debilitamiento
misionero. El ardor y la fuerza quedaron heridos de muerte. Ahí apareció la
Encíclica Redemptoris Missio y Juan Pablo II. La idea era mantener vivo el
anuncio, llegar a los más alejados, tarea de la Iglesia.
A muchos cristianos esta Encíclica, en el año
1991 les pasó por el costado. Y todavía hoy, muchos no se dejaron transformar
por ese impulso misionero. No podemos quedar indiferentes.¿Cómo podemos
responder a esto? Muchas Iglesias en el mundo están vivas gracias a una labor
misionera intensa y perseverante de
muchos cristianos. Nosotros ¿qué herencia
estamos dejando? Siempre hubo desafíos y dificultades, pero hubo gente que
entregó su vida y no bajó los brazos.
No nos podemos conformar con que vengan a
misa o algunos lleven a sus hijos a un colegio parroquial. Tenemos que ir a los
que no forman parte de la Iglesia. Antes que se debilite más, hay que empezar,
hay que actuar.
Todos estamos llamados a la misión y llevar a
Jesús; y principalmente a los que no lo conocen. Y esto no es cuestión de
distancias, ya que esas personas pueden vivir al lado de mi casa. Hay gente al
lado nuestro alejada del Señor y del Evangelio. Por eso, los cristianos no
pueden ser misioneros en otros países si antes no se preocupan de los no
cristianos de su propia casa.
La causa misionera es la primera. No podemos
quedar pasivos en los templos. Para que se conviertan nuestras comunidades tenemos
que pasar a una pastoral misionera.
Hay que mantener viva la ilusión de llevar a
Cristo a los demás, ir a sus casas, buscar al otro, tocar su corazón, aliviar
la angustia del oprimido, visitar al enfermo, honrar al anciano. No nos
quedemos esperando, incluso, “sin saber qué”.
Llevar a otros el amor de Dios, en cualquier
ambiente. Ninguno de nosotros tenemos derecho a renunciar a esto, a nuestra
misión.
Padre Dante De Sanzzi
Director Nacional de OMP Argentina
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