En un país de África fue enviado a la misión,
un diácono ya casi próximo a recibir la ordenación sacerdotal.
Casi al llegar a la aldea, para que se dé a
conocer un poco, se le ofreció predicar en la primer misa en la que estaba
participando. “Hermanos, ustedes tienen que amar al prójimo como a ustedes
mismos” fueron las primeras palabras del predicador de turno. La gente inclinó
la cabeza y gritó: “Moabola Samati”.
El diácono prosiguió: “Blancos y negros
debemos amarnos como hermanos que somos”. Nuevamente la gente, con más fuerza,
inclinando las cabezas gritaba: “Moabola Samati”.
Todo esto le dió ánimo al diácono que no
cesaba de predicar con fuerza y de manera extendida. De vez en cuando la gente seguía murmurando y
diciendo en voz baja: “Moabola Samati”.
Luego de unos días, el entusiasta misionero
se trasladaba con fervor a otra aldea cercana, acompañado de un guia local y
otro misionero que lo miraba de manera sorprendida. Cruzó por un potrero lleno
de ganado, cuidado por los habitantes del lugar. El guia le iba diciendo: “
Ponga mucho cuidado por donde camina, hay demasiado ganado; cuídese de no poner
los pies sobre “Moabola Samati”.
Sin entender mucho la expresión y el dialecto
utilizado, sí nos podemos dar cuenta de la respuesta recibida . Al diácono lo
mandaron “a pasear”.
Aquí está el resultado de su esfuerzo: el
haberse salteado una parte muy importante de su misión, que es respetar los
tiempos y la cultura de los otros. Se preocupó de desplegar sus habilidades de
predicador, pero olvidándose que la misión, como varias veces lo manifestamos,
es “perder el tiempo”. Y perder tiempo en la misión, es una virtud. Es callarse
la boca, escuchar, ver, gustar, sentirse poco a poco en su propia casa, sin
apurar los tiempos. Un objetivo importantísimo es darse cuenta de cuanto
podemos aprender y de no presumir tanto como “conquistadores” del pueblo de
Dios.
Misión es sentir. No imagino a Jesús
escuchando el pedido del buen ladrón en la cruz de al lado: “Acuérdate de mi
cuando llegues a tu reino” y respondiendo: “Ah joven, primero andá, bautizate,
y después charlamos”; sería ridículo.
Entender la realidad y la vida que llevan los
otros, sus historias, sus calamidades, sus anhelos. Ahí comienza la misión.
Parte de culpa es del diácono, pero también es muy limitada la formación
recibida.
Que tristeza cuando la Congregación para la
educación católica rechazó el pedido de la Congregación para la Evangelización
de los Pueblos de la formación misionera en los seminarios.
Más vergüenza da que después de Aparecida,
todavía se siga en algunas diócesis viviendo la misma situación: tomar la
misión como un juego o algo traido de los pelos. Confiemos en la fuerza
misionera que tiene que tener la Iglesia local, para fortalecer la Iglesia misionera
Universal. Enviando buenos misioneros, capaces de “perder el tiempo”. Así sea.
Padre Dante De Sanzzi
Director de OMP Argentina
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