La pasión
por anunciar a Jesús a quienes no lo conocen, supone que el corazón está
abierto a todos, deseoso de llegar a todos, especialmente pobres y
despreciados. Un corazón apegado a cosas agradables y se queda encerrado en un
grupito de personas bellas y de buen trato no tiene nada de misionero.
Algo
concreto: un corazón misionero, que realmente sale a la búsqueda del diferente,
no busca gente interesante que le atrae por su linda cara, su ropa, su
capacidad. Primero busca al deformado, al discapacitado, a los que no entienden
mucho, a los de mal carácter, a los despreciados. Lo dice claro Jesús a la luz
del Evangelio de Lucas en el capítulo 14 versículos 12 a 14. Él nos llama a
salir a buscar a esos que no pueden brindarnos ninguna satisfacción. Entonces
sí tenemos un corazón abierto a la misión. Hoy la Iglesia tiene que ser una
Madre que sale al encuentro, una casa acogedora. Pero para eso cada cristiano
tiene que salir a mirar más allá de las apariencias del cuerpo, de la voz, del
carácter, de las capacidades de los demás. El que parece más desagradable,
menos atractivo, ese es alguien que tiene un valor infinito. Cada ser humano
desde su concepción, no solo es sagrado sino que tiene una dignidad infinita.
Nuestros gustos personales nos cierran, nos clausuran en grupos cerrados. En
cambio, la pasión misionera nos abre a todos, porque la apertura misionera es
universal, no elige, no selecciona. Si se topa con una persona linda,
inteligente, rica, no la desprecia; pero si puede elegir, se dedica a aquellos
que nadie busca ni atiende.
Hay
personas que no son misioneras porque desprecian a los demás. Piensan que la
gente es ignorante o que merecen que no les dediquen tiempo. Para entregarnos
generosamente, necesitamos reconocer que cada persona es digna de nuestra
entrega humilde, no por su apariencia o capacidades, o por cosas que nos
brinde, sino porque es obra preciosa de Dios.
Todo ser
humano es objeto de la ternura de Dios y Él mismo habita en su vida. Jesucristo
dio su sangre en la Cruz por cada uno. Entonces cada persona es sagrada y
merece algo de atención. Merece tiempo, un poco de dedicación, paciencia. Solo
con esta convicción, podemos entregar nuestro tiempo para salir a buscar a los
alejados. Nadie puede ser misionero sino aprende a mirar así a los demás, como
los mira el Señor.
P. Dante De
Sanzzi
Director de OMP Argentina
@ompargentina
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