Cuando
partimos de misión, salimos de sí mismos y dejamos lugar a Dios.
Es seguir la
tarea de sembrar, labor que ya comenzó Jesús con su misión encomendada por el
Padre y que nos pide seguir a cada uno.
Es excluir
todo mal deseo y enojo. Es dejar que Dios “haga”, porque la misión es de Él.
Pero a la vez entender que no voy a predicarme a mi mismo, mis pensamientos y
mis anhelos, mis pareceres y “ mi verdad”.
Nos resulta
difícil, en algunas ocasiones, dejar actuar a Dios; incluso en nuestra vida
cotidiana. Si descubrimos que todos los ambientes son para misionar, es lógico
comenzar por mi mismo. Y para que la misión llegue a buen término necesito
poner mi vida en manos de Él.
Las pasiones
que provocan desórdenes atentan contra la misión de la Iglesia. La mala
contestación, el criticar continuamente a los demás, el no cuidar mi cuerpo
dándole elementos perjudiciales, el no ser asiduos en la oración, el no estar
firmes ante los problemas, y hasta el no asumir que tengo una debilidad o
dificultad, hará complicada mi vida cristiana y de comunión con los otros.
Escuchar a
Dios, atender sus pedidos, ver con sus ojos, entender al prójimo, respetar la
libertad de los que me rodean, corregir fraternalmente y sonreir ante la
adversidad, son todos elementos indispensables para poder decir, realmente, que
Dios hace y actúa en mi vida. Y todo va a ir mejor; o seguramente termina bien.
Hagamos la
prueba: salgamos de nosotros mismos. En la vida hay que “saltar”, “salir”,
“dejarse llevar”. Se experimenta así la dulzura de la misión. ¡ Cuánto hay que
aprender y descubrir antes de llamarnos “misioneros”! Nada más y nada menos que
asemejarse a Jesús. Él mismo nos ayude. Así sea.
Padre Dante
De Sanzzi
OMP
Argentina
Comentarios
Publicar un comentario