Sabemos que
la vocación del misionero es darse, ofrecerse, es ser persona-cántaro, por el
cuál los otros deben llegar a “beber” de nosotros para saciar la sed de Dios.
En muchas
ocasiones, escuchamos, hemos leido o nos han dicho que debemos estar dispuestos
más a escuchar que hablar. El mismo apóstol Santiago en su escrito del Nuevo
Testamento manifiesta que debemos ser “prontos para escuchar, tardos para
hablar, remisos para la cólera”.
Hoy la
sociedad, enferma de tantas corridas y con tendencia al desorden, casi con una
mirada de misericordia pide auxilio. Y aquí entra en juego nuestro papel de
cristiano comprometido a la misión de llevar agua para el sediento y paz en
medio del espíritu de guerra que se palpa en el ambiente a diario, y donde se hace difícil descubrir la presencia de
Dios.
Nuestro
desafío es generar el lugar para que el otro pueda entrar. En este tiempo de
adviento-navidad es el tiempo propicio para generar un espíritu de salvación.
La mirada misericordiosa del que se sintió llamado y se ve envuelto y amado por
el Padre, debe “perforar”, con la oración y el testimonio, el corazón del
hermano.
Tiempo
crítico, este que nos toca vivir. A diario se da más confusión en el entorno.
Nos toca actuar y vivir en una sociedad más que irritable. Todo molesta, nada
cae bien; todo se critica, nadie escucha; no se pide perdón ni permiso; se mata
para robar, se vive para correr, se preocupa por el vestir y el comer, y sin
espacio para reflexionar se abandona a Dios, autor de la vida.
Entre tanta
confusión, llevar como un tesoro a manos llenas la vida de Jesús. Tarea del
misionero. Con nuestras miserias a cuestas, pidiendo que Él mismo las sane y
purifique; entre tanto, nosotros, a decir del gran misionero Pablo, “no nos
cansemos de hacer el bien”, ya que no quedamos sin recompensa.
El tiempo
apremia y vivimos una época complicada. En medio de los problemas y angustias,
experimentemos la alegría de ser elegidos de antemano para la misión: la de ser
cántaros para que los demás beban.
P. Dante De
Sanzzi
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