Ser animador en la misión

La vocación del misionero, que principalmente es llevar el mensaje de Jesús, también es la de animar.
Levantar el ánimo, “elevar las almas”, esta es la consigna del enviado, del apóstol, del misionero.
Las motivaciones para ir de misión y llevar la Buena Noticia, en algunos casos es insuficiente. Es verdad que vamos creciendo de a poco pero todavía estamos lejos del ideal.

El animador es una persona de fe. Requisito indispensable para visitar el hogar o comunidad que nos toca. El misionero es una persona adulta y creyente. Quien es convidado por la Iglesia para asumir la responsabilidad de anunciar el Evangelio, tiene que tener una densidad humana y una firmeza de fe y en sus conceptos que, si no llegan a ser ideales, sean por lo menos normales. Se anima y se educa más por lo que se es, que por lo que se dice o se hace.

El animador misionero no se considera perfecto y sabe que vive su fe con imperfecciones; vive en una comunidad que es la Iglesia, fue incorporado por el bautismo y la eucaristía es el centro de su vida.
El misionero está en camino y procura continuamente su conversión. Recorre el camino guiado por el Señor, intenta seguir sus pisadas como los primeros discípulos e intenta vivir la fraternidad humana.
Caminar la vida de fe no es fácil. Muchas veces es preciso superar obstáculos, remar contracorriente en todos los ambientes. Estar preparado para el sufrimiento, entregarse, aunque a veces es doloroso. Pero con todo no se deja vencer por el desánimo, porque es creyente; sigue confiado su camino, acredita que el Reino es posible y lo transmite a otros.

El misionero tiene experiencia de Dios y la comparte. Procura vivir la experiencia de compartir con los otros lo que es y lo que tiene; experimenta que al dar, recibe y que su vida se desenvuelve según los otros.
En medio de las novedades que surjan, de toda la creatividad que pongamos en el anuncio, el animador tiene que mantener viva la idea de que el único protagonista de su mensaje es Jesús. Por eso no puede ser la estrella.
No moldeamos a la gente a nuestra imagen y semejanza. Sería un trágico error. Aprendamos de una de las figuras centrales del adviento, Juan el Bautista: “Que Él crezca y yo disminuya”.


                                                 P. Dante De Sanzzi

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