El apóstol
Pablo, en su inmensa misión, les dejó claro este mensaje a la comunidad de
Corinto: “Les transmito lo que he recibido” ( 1 Cor 15,3 ). Y en su compañia
iban otros testigos del amor de Dios, también misioneros, llevando la Buena Noticia del
Reino y levantando a los caídos.
El Papa
Francisco, en su Carta Encíclica sobre la Luz de la
Fe, nos explica que “quien se abrió al amor de Dios es porque
escuchó su voz y no puede retener este don para sí” ( Nº 37 ).
La fe en
Dios se transmite por contacto. Y siempre remarcamos que la misión no es hacer
largos e inútiles viajes, sino realizarla de persona a persona, tocando,
animando, fortaleciendo, incentivando. Ser como una llama que enciende otra
llamita, que quiere decir contagiar al prójimo.
Vivir la fe
individualista es un egoísmo no querido por el Padre. Se fortalece dándola,
incluso el testimonio es más valedero porque lo que creemos lo damos a conocer.
Corremos el
riesgo de vivir una fe ilusoria, casi falsa. Al principio el fervor y alegría,
luego la realidad que nos aprisiona y nos aleja del ideal. La parábola de Jesús
sobre el sembrador que siembra la semilla y no da fruto porque cae en terreno
rocoso, no fértil, puede ser una constante en nuestra evangelización.
Los
problemas cotidianos, la carrera por el poder, los inconvenientes económicos,
la falta de respuestas rápidas, son motivos de aislamiento y olvido. Acá se
pone en juego la fe que predicamos y queremos vivir. No soltarse del Padre, que
cuida de cada uno y hasta “tiene contados los cabellos de nuestra cabeza”( Cfr.
Mt 10, 30 ). Qué el árbol no tape el bosque. Transmitir lo recibido. Nos hará
bien y haremos a alguien mejor. Así sea.
P. Dante De Sanzzi
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