El Papa
Francisco, en su Encíclica Lumen Fidei, nos dice que “hablar de fe comporta a
veces hablar también de pruebas dolorosas” ( nº 56 ).
Precisamente
es la fuerza que nos conforta en el sufrimiento. Y en la debilidad y el
sufrimiento se manifiesta el poder de Dios. Enseñanza del apóstol Pablo, que ve
de cerca la muerte pero que se convertirá en vida ( cf. 2Cor 4, 7-12 ).
El tiempo
de cuaresma, que comenzamos a vivir, nos debe hacer reflexionar que sufrir
tiene sentido. Algunos se preguntarán porque se habla de sufrimiento en este
tiempo de preparación a la
Semana Santa. Y es precisamente el tiempo en que más
sobresale, en los textos bíblicos, el significado de la cruz.
En los
problemas y angustias, en el dolor y la decepción, es donde está llamada a
madurar y a crecer nuestra fe. Que hubiese sido del mismo Jesús si no ponia su
confianza en el Padre, si no creía que Él lo resucitaría.
Si Jesús no
resucitó, nuestra fe es vana, no tiene sentido. Y lamentablemente, para muchos,
Cristo no resucitó, no creen, no rezan, no esperan.
Cuaresma
nos impulsa a esperar y poner nuestra vida en manos del Señor. “El que no toma
su cruz y me sigue, no es digno de mí” manifiesta Jesús a sus discípulos en
medio de la misión de todos los días. Y cuando hablamos de cruz, sale a la luz
ese pecado que hace tiempo me atormenta, el sufrir tal enfermedad que no me
permite vivir tranquilo, la pérdida de un ser querido que no me deja en paz, el
trabajo de todos los días que se hace cuesta arriba; cosas que pasan contra mi
voluntad que hacen que la cruz, más que cargarla, la arrastre.
Con el
miércoles de ceniza, se nos muestra nuestra condición humana: somos barro,
ceniza, poca cosa ante la inmensidad de Dios. Se manifiesta lo que realmente
soy y no quiero ser, porque molesta.
Pero es
tiempo de gracia. El trabajo a realizar es quitar esa “piedra” del zapato. Ir
trabajando la fe, la esperanza, la caridad, la limosna, la oración cotidiana,
el ayuno en malas intenciones y malos pensamientos, en pensar en positivo, en
salir de la oscuridad.
Más que no
comer, no beber, no “reir”, es una postura de humildad y sencillez ante el
rostro del Señor. Es sentirme hijo amado. Es subir al calvario con alegría,
sabiendo que mañana me espera un día mejor. Esta es nuestra fe pascual. Pero
pasemos de la oscuridad a la luz. Solo se consigue estando del lado de Dios. La
vereda de enfrente, la del placer por si solo, es tentadora. El “escaparme” de
la realidad cotidiana no hace más que mostrarme que estoy participando, día a
día, de mi “suicidio” como cristiano. No demos lugar a este sentimiento. La fe
mueve montañas. Propongámonos ser “terremotos” de Jesús. Así sea.
P. Dante De Sanzzi
@ompargentina
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