El segundo
Domingo de Pascua, celebramos la Divina Misericordia.
Es el Corazón de Jesús, abierto y en llamas, bendiciendo a su pueblo, orando
por los alejados, amándonos hasta el extremo.
Cristo
resucitó y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad. Y solo se llega a descubrir la verdad y el valor de nuestra vida
siguiendo las huellas del Resucitado.
Misericordia
significa “ necesidad de llegar al corazón del otro”, apiadarse de sus miserias,
tener un corazón solidario con el que necesita, ayudar, y no solo en lo
material sino también como tarea importante, elevar al otro en lo espiritual.
La vida
espiritual, hoy, está un poco devaluada. Se deja de lado la oración a causa de
las corridas y “el poco tiempo” que tenemos para la adoración. Precisamente se
perdió esa capacidad de meditar y volver al corazón del Padre. Y a nadie mejor
que a Dios le cabe el término de Padre misericordioso, amoroso, amante de la
verdad, enamorado de la creación, autor de la paz.
El Padre se
fija y comprende el dolor humano. Lo vivió en carne propia, lo padeció. Ahora,
glorificado por la resurrección, muestra su amor en el corazón encendido. Hay
que mirarlo y volver a Él.
La
misericordia es el atributo divino más grande, más importante. El mismo Jesús
enseña en el Sermón de la
Montaña que “serán felices los misericordiosos, porque
alcanzarán misericordia” ( Mt 5 ). Del mismo modo que deseo estar bien y ser
querido y respetado, igualmente el Señor nos pide esta actitud nuestra hacia
los otros. Es difícil, más aún cuando medimos con nuestra vara. Pero alejando
la paja de nuestros ojos que nos impiden ver la realidad, seremos semejantes a
Dios para con los demás.
Pidamos a
Cristo Resucitado su misericordia. Que podamos actuar del mismo modo con el
hermano. Así sea.
P. Dante De Sanzzi
Comentarios
Publicar un comentario