Semana Santa 2014


Con el Domingo llamado de Ramos o de Pasión del Señor, comenzamos a vivir, un año más, la Semana Santa, la más fuerte y significativa de nuestra fe cristiana.

Es llamativo como en siete días vamos viviendo los altibajos propios de cualquier sociedad. También en la época y en el tiempo de Jesús. El primer Domingo de esta semana, se recuerda la entrada triunfal del Señor a Jerusalén, la Ciudad Santa, la de los profetas y amigos de Dios. La ciudad elegida para mostrarse al mundo de ese tiempo como verdadero Dios y Hombre, de la raza de David, el gran rey de Israel, el Bendito y esperado por las naciones. El “Dios con nosotros” predicado por el profeta Isaías.

La multitud lo aclama, lo vitorea, lo recibe honrándolo con palmas; y Jesús manifiesta la Gloria de Dios humildemente entrando en la Ciudad con los discípulos y predicando el amor y la fraternidad.

Lo más elocuente es lo que sigue, como se va desarrollando la semana. Comienza a gestarse la entrega, la traición, la muerte, antes padeciéndo la incomprensión de un pueblo que espera al Salvador, al Redentor, pero en lo posible que venga a liberar de una manera violenta, tomando las armas y ejecutando el “ojo por ojo”. Jesús es todo lo contrario. Precisamente se dan vueltas las cosas, en tan poco tiempo, por su prédica, por lo que hace y dice lo que hace. Por mostrar a un Dios de amor; por pedir justicia y misericordia; no tanto sacrificio y holocausto que no lleva a nada; porque vino a derribar la pared que separa los pueblos: el odio.

El día jueves, esperando la muerte, nos deja la Eucaristía y el Orden Sagrado; nos deja el mandamiento de amarse unos a otros; y se prepara a morir en cruz como un delincuente, el viernes santo.

Parece que todo termina; los discípulos huyen, los judíos saciaron la sed de violencia y siguieron practicando la incredulidad, la multitud, enérgica, desbordante, no escuchó ni dio lugar a Dios.

Debemos agradecer que no todo acabó alli. El Domingo, El “Dia del Señor”, el sepulcro amaneció vacío. Cristo resucitó. María Magdalena, otras mujeres, Pedro y Juan, fueron los primeros testigos de esta Gloria que también se nos promete a lo largo de las generaciones a aquellos que creemos y testificamos, con nuestra vida y palabra, que Dios está vivo.

Vivir plenamente la Semana Santa es vivirla toda, absolutamente como ocurrió. Cada momento y circunstancia. Con el dolor de la pérdida, la angustia de la espera y la alegría de la redención. Un buen discípulo misionero pasa por estas etapas. No hay que frenarse en el Viernes: hay que pasarlo para llegar al Domingo de nuestra gloria. Oración, reconciliación, paciencia y amor de Dios. Sean los ejes de nuestra vida cristiana. Que así sea.

                                         P. Dante De Sanzzi


 

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