En este fin
de semana, y siguiendo con grandes celebraciones desde la jornada de
Pentecostés, celebramos en la
Iglesia el tradicional Corpus Christi, el “Cuerpo del Señor”.
Una
religiosa nacida en Bélgica, Juliana Mont De Cornillión, que nació hacia el
1195 y fallece alrededor de 1258, luego de una visión, interpretó que el Señor
le manifestaba que debía mostrarse, celebrarse de una manera más visible. No
solo recibirlo, como lo hacemos habitualmente los cristianos que comulgamos,
sino también “celebrarlo”, darlo a conocer, mostrarlo.
A partir de
este acontecimiento comenzó la costumbre de las procesiones. La devoción al
alimento que perdura y da la Vida
eterna; que fortalece y alimenta la vida espiritual, el mismo Dios que comemos
y bebemos; el que dejó el mandato en la primer misa de la historia, junto a sus
discípulos: “Hagan esto en memoria mia”.
Como se
mostró el Hijo de Dios a los apóstoles en carne verdadera, así se nos muestra a
nosotros en el Pan sagrado. Ellos, con mirada carnal, veían la carne de Él como
hombre, pero contemplándolo con ojos espirituales; y así creían que era Dios. Así nosotros, viendo
el pan y el vino corporales, veamos y creamos con certeza, que son su Cuerpo y
su Sangre.
Santa Clara
decía que “es tan grande el beneficio de recibir la Eucaristía , que el
cielo y la tierra no se le pueden comparar”; gran verdad si somos asiduos a
este sacramento, principalmente el centro de la vida cristiana y misionera.
Se
escucha, aunque aisladamente, que “no es tan necesario para salvarse o para
estar bien, comulgar o ir a misa el Domingo”; lejos de estar bien u ordenada
nuestra existencia y recta nuestra fe si tenemos esta postura. Sin Él, nada
podemos hacer: “ El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en
él” ( Jn 6, 54). Que Dios nos sostenga y este alimento lo recibamos con un
corazón limpio y espíritu humilde.
P.
Dante De Sanzzi
Obras
Misionales Pontificias
@ompargentina
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