Pensaba
como este problema le producía a San Francisco Javier, patrono de las misiones,
una espina en su corazón.
El Santo
misionero veía la apatía de los cristianos para la misión y lo lejos que
estaban de la evangelización; y comentaba: “Si en las islas hubiese minas de
oro, todos se precipitarían a llegar; pero solo hay almas para salvar”.
A pesar de
esto, no se desanimaba: “Si no llego con una barca, llegaré nadando”. Francisco
Javier descubría en cada misión el sufrimiento. Se compadecía de la gente, iba
al encuentro del hermano, lo bendecía y acompañaba. Salía al cruce del enemigo
con la cruz en la mano, y lo ganaba para Cristo.
Otra
actitud era la cordialidad. Aspecto dejado de lado en muchos. Parece que la
misión, más que darse, es que “me den” un aplauso. La única ambición del
misionero, debe ser la gloria que dura eternamente, la vida que da el Señor y
promete para aquellos que se dejan guiar por el Espíritu Santo.
“¿ De qué
le sirve al hombre ganar en esta vida todo, si pierde la vida eterna?”; esta
era la gran preocupación del misionero jesuita. Mirarnos el propio ombligo no
ayuda a superar las crisis. “Volar” a las misiones lejanas para escaparse de la
realidad que me toca vivir, es engañarse a sí mismo. Y así, difícilmente sirva
a alguien mi mensaje, que será una máscara doliente y no una cuota de alivio
para los que Jesús me puso en el camino.
El mal
existe. Lo venceremos a fuerza de hacer el bien, como lo enseña el apóstol
Pablo en sus escritos. Mirar para adelante, seguir en camino. Que nada ni nadie
nos detenga hacia la meta que el Padre nos tiene prometida: la de salvar y
salvarnos. Así sea.
P. Dante De Sanzzi
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