Estas son
las dos grandes cualidades para predicar el Evangelio: pobreza y alegría. Una
acompaña a la otra, ya que no pueden separarse. No se puede prescindir de una u
otra.
Hablamos de
pobreza, muchas veces mal entendida. Jesús remarca “felices los pobres de
espíritu”, para heredar el Reino de los Cielos ( Mt 5,3). Ese espíritu que
calma y no me hace correr por las riquezas, las cosas materiales, en vano; es
esa pobreza que logra hacer mantener la calma en la tempestad, que hace que no
responda una maldición, y sea fuerte en la persecución.
Mal
interpretada es la pobreza del “abandono”: no tener nada, no comer o no
vestirse; no tener momentos de esparcimiento. Esto más que vida misionera, es un
infierno; no es de Dios.
Cuando
decimos alegría, hablamos de la que brota del corazón. “Estar alegres en el
Señor” enseña Pablo
(Flp 4,4); esa forma de vida cordial, amena, no riéndose todo el día sin sentido o entrando en charlas que no edifican y agreden. La alegría de evangelizar y sentir el gozo del que recibe
Cuidar las
formas, entender por donde pasa la felicidad, que hace bien al prójimo,
buscando también los momentos de soledad que son buenos, pero sin faltar a la
caridad. Asumir la vida con calma y serenidad. Descorchar alguna botella cada
tanto para celebrar el bien del que me rodea o simplemente agradecer la vida,
no es plata tirada: es clave para sostener el espíritu de pobreza y alegría. A
esta misión, donde sea, donde Dios me pida, aquí o más allá de las fronteras,
es la verdadera misión, del verdadero misionero y de la verdadera Iglesia. Así
sea.
P. Dante De
Sanzzi
OMP
Argentina
@ompargentina
Comentarios
Publicar un comentario