“Comencemos
hermanos….porque bien poco es lo que hasta ahora hemos progresado”. Este era el
concepto del misionero que tenía Francisco de Asís, tomado de su primer
biógrafo y discípulo, Tomás de Celano. Y en verdad no es una exageración
piadosa. Se descubre la verdadera misión. La prueba de haber madurado para tan
gran labor apostólica. Había superado la sutil y peligrosa tentación que acecha
a toda persona que busca un ideal: la tentación de la pureza a cualquier
precio; la de la levadura que, para mantenerse pura, rehúsa mezclarse con la
masa; la del campo de trigo que se quiere limpio de toda cizaña. La tentación
de separarse de los demás porque son mediocres y retirarse a formar pequeños
grupos, “pequeñas islas” y formar una fraternidad de puros.
La vida
misionera no consiste en esto en absoluto. No se trata de soñar con una Iglesia
de puros, sino de aceptar vivir con los hermanos. No solo con los justos,
también con los otros, no solo con los sanos, también con los enfermos. Es
ofrecerse al mundo, más allá de las estructuras.
Lo
importante no es conseguir el éxito de una obra, marcándola con el sello
personal, sino ser uno mismo fraternal. Caso contrario, después, no hay misión,
no hay salida.
El peligro
está en encerrarse en el aislamiento y la amargura; es una realidad de muchos
cristianos. Buena gente, si se quiere, pero mediocres evangelizadores. Hay que
despojarse de la obra de uno mismo, para llegar a ser obra de Dios.
“Solo Dios
basta”. Esta visión del Señor liberará todas las energías y nada nos detendrá.
Las preocupaciones del amor propio, de la perfección personal, del éxito
social, eclesial o incluso apostólico… todo esto hay que fundirlo. Arrojarse a
Dios. Que Él nos levante y nos lleve a todos los hombres para comunicarles su
entusiasmo y alegría.
“
Comencemos a servir al Señor, porque bien poco es lo que hasta ahora hemos
progresado”.
P. Dante De Sanzzi
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