No abandonar la misión, a pesar de la impotencia

En la solidaridad de Jesús con las personas que fracasan se pone de manifiesto la fuerza de Dios.
Cuantas veces, en varias ocasiones, vemos apagarse, deshilacharse, los grupos misioneros; o al menos, a algunos misioneros en particular. Pierden la potencia, la fuerza que viene de lo alto. De ahí surge el término contrario: el ser se transforma en “impotente”; siente que no puede, empieza a surgir la pregunta sobre si todo esto vale la pena, sirve para algo, si alguien escucha la Palabra, si alguno se convierte, si no estamos perdiendo tiempo.

Foto: IAM Brasil / Jaime Patias
Es común escuchar algunas opiniones en medio de alguna misión, manifestadas en personas ajenas al ambiente: “¿te fuiste a enfermar?”; “ ¿ vale la pena sufrir?”; “¿ tiene sentido eso que hacen?” Y ante estas cuestiones va creciendo la sensación de fracaso y frustración.

Acá tenemos que ver claramente por qué y cómo este, nuestro Dios, se transforma en amor para todos. Queda afectado por el sufrimiento de los pobres y enfermos. El Señor necesita de los misioneros, de la evangelización, de ir con las manos llenas de bendición.

El padre o madre de familia, no solamente ser bueno en esta gran función: debe ser, en sus ambientes, un buen misionero; el catequista será “gran persona”: pero debe ser buen misionero; los jóvenes son “sanos, buenos y estudiosos”: tienen que ser misioneros; los curas no son solo “repartidores de rosarios” con la sotana que les queda bonita: tienen que ser como los discípulos del Señor.

Contemplando la historia de cada uno, con este enfoque, llegamos a la conclusión que el fracaso, la impotencia, no tienen la última palabra sobre la humanidad. Hay hambre de Dios. Sigamos caminando con la “irracional” certeza de que todo acaba bien.


P. Dante De Sanzzi
@ompargentina

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