Leemos en
la primera carta del apóstol Pedro, en el capítulo 3, que el discípulo de Jesús
se encontrará con ciertas persecuciones de parte de los no creyentes.
Hablar en
término de persecución, en su época, era correr el riesgo del martirio, del
entregar la vida por Cristo y con cierta violencia física.
Hoy vivimos
en otra época. Y también sufrimos otro tipo de violencia. La incomprensión, la
burla, la falta de espiritualidad, el descreimiento, etc. Pero Pedro nos pide
mantener una buena conciencia, sabiendo que servimos a Dios y que la misión es
tarea del Padre que sostiene la humanidad. Nos criticarán por una buena
conducta, aunque parezca increíble. Pero vale la pena padecer por hacer el
bien, si esa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal ( cfr. 1 Pe 3, 17).
Que nadie
tenga que sufrir por robar, por entrometerse en la vida de los demás, por
causar daño; sí tenemos que tener en claro que sufrir por cristiano y sirviendo
a Dios no debe avergonzarnos.
El
misionero confía en el Señor, hace el bien, reboza de consuelo.
Ser
hospitalarios, ponernos al servicio del otro, vivir con sobriedad y sensatez,
hablar cosas de Dios, glorificarlo a Él, ser buenos administradores de las
gracias recibidas. Elementos para una vida entregada a diario y con alegría.
El apóstol
nos enseña que luego de un breve sufrimiento, el Señor nos “robustecerá,
consolidará y nos afianzará en la fe”. Seguir adelante. No es propio del
discípulo misionero decaer ante la adversidad. Resisitir en la misión. El Señor
nos dará la gracia.
P.Dante De
Sanzzi
@ompargentina
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