En este
día, siguiendo el tiempo de Navidad, celebramos la Epifanía, que quiere decir
la manifestación del Señor, el Mesías que se hace conocer y se muestra a los
pueblos como el Salvador, el esperado.
Es la
aparición en el mundo de la luz divina con que Dios sale al encuentro del
hombre. El hombre que desde su naturaleza es débil, que necesita relacionarse,
que tiene que tener el contacto divino para saber cuál es el camino a seguir.
La estrella
de Belén ilumina a los magos de Oriente, que recurren, luego de un largo andar,
a ver y adorar al Señor, llevando regalos y ofrendas. En estas tres figuras
está representada toda la sociedad alejada, pobre, extranjera.
Los sabios
del pueblo, los poderosos, no recurrieron a Dios; los extranjeros, como los
magos, se pusieron en movimiento con dinamismo y decisión.
La Iglesia
prolonga en los siglos la misión de Cristo, que es el compromiso de dar a
conocer a todos el rostro amoroso del Padre. Para esto vino el Maestro, que
luego envió a sus discípulos por todo el mundo y sigue enviando continuamente,
para seguir manifestándose.
El mundo
tiene necesidad de experimentar la bondad divina. Seamos conscientes de la
tarea misionera que compete a todos los cristianos. Vayamos como peregrinos a Belén,
unamos nuestras vidas a la de los magos de Oriente y junto a ellos ofrezcamos
nuestros dones al Rey recién nacido. Él es para todos la epifanía, la
manifestación, la esperanza, la liberación, la salvación. Cristo nació en Belén
por nosotros. No dejemos de adorar.
P. Dante De Sanzzi
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