La cruz salva.

Cuando Jesús resucitó a Lázaro ¿en qué nos favoreció a nosotros, a los demás?
Cuando multiplicó panes y peces se sació mucha gente, pero hoy sigue habiendo hambrientos de pan y de justicia, ¿en qué nos favoreció a nosotros?; es verdad que se sació el hambre de gente en ese día, como cinco mil hombres.

Cuando salvó a la mujer pecadora de ser apedreada fue a favor de ella logicamente; podemos decir que en nada cambió a otra gente y no nos afecta directamente, solo la mujer es favorecida.
En cambio, cuando el Señor aceptó el suplicio de la cruz y entregó su vida en ella, esa acción favoreció a toda la humanidad. Allí entramos en escena todos, a lo largo de todos los tiempos.
¡Qué fuerza la cruz, motivo de nuestra redención! Aquí todos somos favorecidos, premiados, amados, sin ser merecedores de tan gran dicha.
Por eso Pablo se gloría en la cruz; escándalo para los judíos y algo necio y sin sentido para los paganos, alejados de Dios.

Por eso la crucifixión del Señor es el mejor regalo, es el remedio para nuestras dolencias, es el motivo de crecimiento para nuestra vida espiritual, es la fuerza que surge de la cruz y de la muerte del Salvador la que dará sentido a seguir adelante, a pesar de todo.
Es lógico esquivar el mal, es humano; pero sorprendente las formas que se utilizan para “estar bien”. El dolor, el sufrimiento, es un misterio escondido desde la creación y necesario asumirlo.


La sociedad está enferma, el mundo está enfermo, es decir, no está “firme”. Preocupante que este síntoma lo padezcamos los cristianos por largo tiempo. Algo no funciona y debemos mirar en nuestro interior.


Hablar con el Señor, estar con Él. En todos los ámbitos se sigue derrochando dinero, en la política, en la Iglesia, en nuestra sociedad; y para peor, sin saber para que. Se organizan viajes sin sentido, se gasta más de la cuenta, dentro y fuera de la Iglesia; se utiliza mal el agua, elemento vital para la vida; se sigue tirando comida; seguimos sin aprovechar la gracia  de tener trabajo, salud, familia, los que tenemos esta posibilidad.

Así y todo, como en el Antiguo Testamento, se sigue tentando a Dios. Se reclama justicia y valores cristianos donde no se mueve un dedo para cambiar la situación aberrante, en muchos casos, que vemos a diario. Hay quejas sobre “mi vida” y en lo más mínimo se cuida la salud física y espiritual, forzando la máquina más de la cuenta; y para peor, no respetamos ni nos interesa la vida de los demás.

“Te basta mi gracia” le manifestó Dios a san Pablo en medio de la crisis; “en tu debilidad se manifiesta mi poder”; ojalá el poder de Dios descienda y habite en todos. Que acabe la violencia, la grosería, el desparpajo, la intolerancia. Que la luz de Cristo, nuestra salvación, no sea solo para “mirarla” el viernes santo, sino para tomarla y adorarla. Dios nos cuide y se compadezca de nuestros yerros.


                               P. Dante De Sanzzi

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