“En aquellos
días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en
la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno,
e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre
de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en
mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado
de parte del Señor» (Lc 1,39-45)
María, luego de
recibir el anuncio del Ángel de que iba a ser la Madre del Hijo de Dios “partió sin demora a un pueblo de la montaña
de Judá”.
Bastó una
insinuación del Ángel Gabriel y la Virgen, llevando a Jesús en su seno, se puso
en camino hacia el hogar de su prima. Así en la Visitación, María realiza su
primer peregrinar misionero saliendo de su tierra para ir al encuentro de quien
la necesitaba. Acogió con fe la Buena Nueva de la salvación, transformándola en
anuncio, canto y profecía. De esta manera, se convierte en la primera
misionera llevando a Jesús a los demás.
María no tiene a Cristo
para sí misma ella lo tiene para darlo, lo ha recibido para entregarlo. Por
ello, “sin demora”, lo ofrece, lo da
a los demás para que Él haga una obra transformadora desde la alegría, desde el
servicio, desde la disposición de su corazón, en la vida de los otros.
Participando de la misión de Jesús, nadie como su Madre se comprometió con la
vida de las personas.
Por
tanto, podemos decir que María fue la primera evangelizada al recibir el
anuncio del ángel y aceptar la propuesta de Dios, y la primera
evangelizadora al visitar a su prima Isabel. Así se convierte en modelo
para la Iglesia cuya esencia es “ser misionera”.
También
nosotros hemos de pedir la
inestimable gracia de ser discípulos-misioneros del Señor. Para ello, debemos
primeramente encontrarnos con ÉL, hacerlo nuestro, llevarlo en la mente y el corazón,
como nos propone el Papa Francisco en la Exhortación “La alegría del
Evangelio”:
“Invito a cada
cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora
mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso…” [1]
Luego,
como lo hizo María, hemos de comunicar esta Vida que nos trae Jesús a los
demás, entregándonos con todo nuestro ser a la misión, sabiendo que:
“El bien siempre tiende
a comunicarse…
La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad.
De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás…” [1]
La invitación del Santo Padre toca a cada uno
de los bautizados y a toda la Iglesia, que es “comunidad”. Este es el camino
para no caer en una práctica religiosa rutinaria, en un aburguesamiento cómodo,
en una sutil indiferencia alejándonos de un compromiso real y efectivo con los
que más nos necesitan, sea cual fuere su situación de vida.
Continúa diciéndonos el Papa Francisco:
“Juan
Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud
por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la
tarea primordial de la Iglesia»… ¿Qué sucedería si nos tomáramos
realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida
misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia…”, por ello
toda la Iglesia, “está llamada a la conversión
misionera… [2]
Para ponernos en sintonía con esta “conversión misionera”, se hace
imprescindible una oración confiada e insistente a fin de que se produzca un
nuevo Pentecostés.
Que el fuego del Espíritu Santo nos sacuda
fuertemente a fin de liberarnos de las flojedades y mediocridades que
experimentamos, frecuentemente, en la Iglesia, tal como nos exhortaba
Aparecida:
“…La
Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad,
el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del
Continente…
Necesitamos
que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación
de la vida en Cristo… Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la
fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que
renueve nuestra alegría y nuestra esperanza…” [3]
María es entonces
la primera creyente y discípula de
Cristo, la primera evangelizadora y misionera del Reino de Dios.
María es también la Reina de las misiones, porque
ella estuvo presente al inicio de la misión en Pentecostés junto a los
Apóstoles cuando nacía la Iglesia misionera, presidiendo “con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del
Espíritu Santo"[4] y acompañando el camino heroico de los
misioneros.
Con su ejemplo e intercesión nos invita a “salir”, sin temor a las dificultades que puedan presentársenos, a
anunciar la presencia del Salvador a todos los hombres, en especial a los más
alejados y abandonados.
Amparados por la Madre y Reina lancémonos con coraje por el vasto campo de la misión.
+Adolfo A. Uriona fdp
Obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto
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