Una vez
escuché que es muy bueno, para nuestra vida cristiana, buscar el recogimiento,
la soledad. Comprobé que era muy útil para la vida misionera, porque luego de
un buen rato de oración y encuentro profundo con el Señor, llega la salida. Y
allí hay que mostrarse como un buen apóstol.
Las dos
cosas son buenas: el buscar la soledad, no como escape, sino como encuentro con
Aquél que nos llamó; y cuando nos toque el ruido, la presencia entre los otros,
la caridad, el apostolado bien entendido.
Hay que
entrar un instante en nosotros mismos, lejos del ruido, de nuestros
pensamientos. Dejar por un rato las preocupaciones que agobian, las
inquietudes, descansando en Dios, excluyendo todo, excepto al Señor.
Pienso en
las noches de oración del Señor, luego del largo día de misión. Día con sus
luces y sombras desde lo humano, pero día lleno de esplendor desde la actuación
del hombre-Dios. El silencio en el desierto antes de comenzar la vida pública,
en el huerto de los Olivos, el silencio de la Cruz , el del Sábado Santo, el de la madrugada de la Resurrección.
Hoy es el
silencio del Sagrario, el silencio con que se manifiesta el Espíritu en
aquellos que le obedecen; el mismo silencio que llenó a los miembros de la Iglesia misionera que nace
en Pentecostés.
El silencio
y la soledad nos preparan al encuentro con Dios. Tiene que ser un silencio
fecundo y que sea fructífero para la evangelización.
En el
mundanal ruido es difícil. Pero la clave es mantener la calma y la serenidad
para que el mensaje llegue de manera fascinante.
El
misionero enseña donde y como buscar a Dios para que se lo encuentre. La mejor
escuela es la del silencio. Que Jesús nos marque el camino para lograrlo.
P.Dante De Sanzzi
@ompargentina
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