“Si uno tuviera suficiente fe, vería a Dios
escondido en el sacerdote. Hay que mirar al sacerdote cuando está en el altar
como si de Dios mismo se tratara”. Esta reflexión de San Juan María Vianney, el
santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes de todo el mundo, nos invita a
mirar con ojos de fe la figura sacerdotal.
Jesús es el Buen Pastor anunciado (Ez 34); el que
conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, ofreciendo la vida por ellas (Jn
10,11-16); el Pastor que no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,24-28); el
que en la Última Cena deja a los discípulos una enseñanza de cómo llevar
adelante el servicio de unos hacia otros (Jn 13, 1-20).
El sacerdote
debe estar al servicio de la Iglesia y de todo el mundo, no solo para una
Iglesia particular sino para la Iglesia Universal. El Padre de la comunidad es
un enviado de Cristo, y en esto se funda el carácter misionero del sacerdote.
Predicar la Palabra, llevar adelante la oración en comunidad, su sacrificio, lo
hace el servidor de todos, el servidor de la Iglesia en misión porque hace a
toda la comunidad anunciadora y testigo del Evangelio.
El cura de Ars alimentó con su ejemplo y paciencia
la pequeña parroquia que se le encargó durante más de treinta años. En ese
tiempo se fue encontrando con realidades diversas: los pobres, los agonizantes,
los rudos de corazón, en un contexto social y político insoportable de Francia
en su época.
Logró convertir a muchos y transformarlos en
seguidores de Jesús con humildad y sencillez: “Si descubriéramos el don de
Dios….qué mejor andaría todo” solía expresar.
Un santo sacerdote esperanzador para este tiempo que
nos toca vivir. Ante tanto descreimiento y acusaciones cruzadas reafirmemos la
figura del sacerdote de Cristo. Tomado entre los hombres, como uno más, para
servir y bendecir. Dios nos conceda sacerdotes según su corazón.
P. Dante De Sanzzi
@ompargentina
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